Cai en el caos más absoltuo de la creación: las historias sólo llegan y se almacenan para luego ser contadas. Hasta ahora no tengo idea de cuántas cosas cruzan por mis neuronas, pero Tania sigue presente aunque aún no haya podido editar el primer libro y esté todavía en la mitad del tercer y último. Pero bien, subir los borradores y leer sus opiniones me ayuda mucho.
Les dejo aquí el capítulo tres. Es algo sombrío y dramático, comparado con los dos anteriores, pero da dirección a la historia. Es vital leerlo para poder seguir.
Disfruten
-Diario tres-
Relámpagos de noche oscura
Lo hice lo más rápido posible. Cené, me bañé, me lavé los dientes, me puse el pijama y me acosté. Todo para poder leer el libro que me prestó el padre de Nadia y porque no me podía quitar las palabras de la cabeza. Una vez tendida en la cama, esperé con el libro en mano que mi hermano estuviese profundamente dormido en su habitación, y que mis padres le igualaran. Quería deleitarme leyendo sin que nadie me molestara y por ello es que no podía dormir, ni siquiera tenía sueño. Abrí el libro y comencé a leer desde donde me había quedado. Las palabras nuevamente me llevaron y otra vez escuchaba ese susurro en mi oreja.
“Lo impredecible hace a la persona un total misterio. Lo curioso es que eso es lo que nos atrae de los demás, en especial del sexo opuesto. ¿Puede ser que por eso me enamoré de alguien que para mí era algo que no se puede ver ni saber qué es por la oscuridad? Aquella mujer llegó ante mis ojos como un relámpago. ¿Quién lo hubiera predicho? Me enamoré, en verdad estaba flotando sobre nubes.
“Mi corazón estaba subiendo por una escalera al cielo. Nunca en mis diecinueve años de edad había sentido eso. Si tú, lector, nunca has conocido a alguien así, es muy difícil que entiendas mis emociones tan complejas de escribir. Tan difíciles de explicar.
Eso fue algo del primer capítulo, más bien un resumen. Tienen que entender que leí ese libro hace cuatro años y actualmente no lo tengo en mi poder y no sé si todavía seguirá a la venta. ¿Lo has visto tú por allí?
“Estaba en primer año de universidad. Podía respirar el ambiente, la nueva atmósfera que acompañará mi vida en este trayecto. Era tradición y de buena fortuna, por lo que me habían contado algunos amigos de edad mayor, que el primer día en la universidad el mechoneo era necesario. Para los de segundo años, obligatorio. Ni hablar de cómo me dejaron. Me recortaron el pelo, destrozaron a jirones mi polera y me quitaron el resto de mi ropa. Me dejaron solamente con mis calzoncillos puestos. Eso sin contar los huevos y demás porquerías en las que te bañan de pies a cabeza. Así estaba yo, casi desnudo y cagado de frío.
“Pero resistí, y debía hacerlo, yendo a pedir dinero a la gente que pasaba frente a la universidad. Tenía que reunir cinco mil pesos, pero gracias a la generosidad de las personas, no me fue difícil juntarlos. Yo no estaba solo en esa situación. Alrededor mío estaban todos los de primer año y las mujeres, por lo que vi, también les fue horrible. De todas aquellas mujeres me llamó la atención una que estaba pidiendo dinero con un brazo cubriendo sus pechos desnudos. No tenía la menor idea de qué color tenía el pelo, la piel o los ojos ya que estaba totalmente cubierta de mierda.
“Llegué ante los abusivos que tenían mi ropa y mi mochila y, tal como me lo habían dicho, me lo devolvieron todo a cambio de los cinco mil pesos que les entregué. Cuando ya me había puesto mis pantalones, ellos me invitaron a tomar unas cervezas cerca de allí. Les dije que los alcanzaría en alrededor de una hora más ya que quería limpiarme porque en realidad apestaba como burro muerto. Ellos estuvieron de acuerdo y me dijeron que guardarían un poco de cerveza para mí. Apenas se fueron, abrí mi mochila y saqué una de las dos poleras extras que había empacado. Cuando salía del recinto, vi otra vez a aquella mujer, está vez hablando con sus abusivas correspondientes. Parecía que logró juntar el dinero justo y ellas le devolvieron sus cosas, por desgracia toda la ropa de su parte superior estaba hecha trizas. Tuve compasión por ella, así que le ofrecía mi polera sobrante y ella aceptó con gusto. Desde ese momento mi vida nunca más fue la misma.
Me levanté al llamado de la naturaleza y fui al baño. Una vez misión cumplida, corrí a la cama para volver a leer. Puede que ante mi desesperación haya provocado mucho ruido al pisar y por eso mis padres me hablaron desde la oscuridad de su habitación.
- ¿Tania, qué demonios pasa? – preguntó mi padre somnoliento.
- Nada, papá. Es solo que necesitaba ir al baño.
- ¡Ah! Bien, recuerda de tirar la cadena y…- quedó dormido profundamente otra vez. Caminé ahora en puntillas a mi cama tratando de no hacer ruido.
“Al final de nuestras carreras, los dos consumimos este romance con el matrimonio. Lucia estaba igual de hermosa que siempre. Su vestido blanco no distraía a mis ojos de su rostro y sus ojos púrpuras. Yo estaba, en verdad, asustado y emocionado a la vez. Si no fuera por mis amigos ya me hubiera desmayado en el acto. No te preocupes, me decían, todo saldrá bien, en especial cuando estén los dos solos esta noche.
“Esa noche, después que se fueron todos los invitados, nos fuimos a un hotel en donde mi padre nos reservó una habitación. En esa gran cama redonda fue donde…
Mi lectura fue bruscamente interrumpida por los gritos de mi madre.
- ¡Tania, por Dios, apaga esa luz!, ¡Son las dos de la madrugada y mañana tienes que ir al colegio!
No quise discutir y apagué inmediatamente la luz. Dejé el libro en mi escritorio para luego dormir tratando de aguantar las ganas de seguir leyendo.
Sentía apenas que pasaron cinco minutos desde que cerré mis ojos a cuando me despertaron.
- ¡Tania, despierta! – me decía mi hermano – Son las siete y media de la mañana y si no te apuras, vas a llegar atrasada al colegio.
Mis ojos se abrieron como si les hubiera caído agua helada. Salté de la cama y fui corriendo al baño. Me duché, sequé mi cabello y me lavé los dientes casi al mismo tiempo. Salí del baño tan rápida como nunca y me vestí y desayuné también al mismo tiempo. Me despedí de cada uno y corrí a la puerta.
- ¿Tienes algo que hacer hoy en el colegio, Tania? – me detuvo mi mamá.
- ¡No, mamá, es que voy atrasada! – le respondí alterada - ¿No sabes que hora es? Deben ser casi las ocho.
- ¿Las ocho? Pero si falta más de tres cuartos de hora.
- ¿Cómo? – exclamé sorprendida – Si mi reloj dice que van a ser las ocho.
- ¡Ah! De verás que no te conté. Ayer el Poncho entró sin querer a tu pieza y botó tu reloj al piso con su cola. Tu padre dijo que hoy lo iba a componer – se escuchó un pito que provenía de la cocina - ¡Cresta, se me olvidaba la comida para hoy!, ¡Se me va a quemar, maldición!
Me quedé allí parada y miré el reloj cucú que estaba colgado en la sala. Decía claramente las siete y quince minutos. Caí sentada apoyada en la puerta. Suspiré y me relajé. Mi hermano me la jugó de nuevo, pero ya verá.
- ¡Mamá! – le grité - ¿Puedes servirme un vaso de leche?
- ¡Claro, niña! – me respondió acompañada del ruido del aceite friéndose - ¿De qué sabor la quieres?
- ¡Sorpréndeme!
Y en verdad lo hizo. Nunca antes había probado leche de chocolate con duraznos y ni sabía que existía. Creo que esas creaciones culinarias tan raras se deben a que mi madre estudió gastronomía antes de casarse. Pero no pudo terminar la carrera ya que en la última prueba, reprobó por estar fumando y cocinando a la vez. Tanto dañó eso el orgullo de mi madre que se retiró del instituto y no quiso volver nunca más a rendir aquella prueba. Es gastrónoma sin cartón, como dice mi padre.
Salí de casa a los pocos minutos y caminaba tranquilamente al colegio llevando en mi mano el libro del padre de Nadia. Como me era costumbre, en el camino me topé con Amalia. Estaba rara ese día, se veía tranquila y con una venda en la cabeza.
- ¿Qué fue lo que te pasó allí? – le pregunté mientras caminábamos.
- ¡Ah, esto! No es nada. Me lo hice ayer al volver a casa – me decía con una calmada voz – Corrí tan rápido que no me di cuenta del poste que estaba al frente y choque. Casi me rompí la cabeza, pero el poste fue el que se llevó la pero parte. ¿Ves por allá esos cables que se desvían al suelo? Allí está el poste.
No pude ver muy bien a donde me indicaba Amalia porque unos árboles obstaculizaban la visión, pero en realidad parecía que aquel poste estaba tirado en el suelo. Por unas calles cercanas, vi como dos camionetas municipales iban justo donde Amalia chocó. Se notaba que había dejado una gran cagada en la calle.
- Sabes, Amalia, te noto diferente. ¿Es a causa del choque?
- Más bien, todo es culpa de estás pastillas – me respondió mostrándome unas pastillas blancas y del tamaño de una moneda de diez pesos – Me las recetó el doctor para los dolores de cabeza y para que me mejorara del chichón que me dejó el choque. Estas porquerías no solo me sanan, sino que también me relajan. Los únicos contentos por ese accidente son mis padres.
Y ya lo creo con solo ver como te comportas en casa. Sus padres deben de sentirse más tranquilos que nunca.
En una calle del colegio Ezperanza estaba estacionado un furgón blanco con un hombre apoyado en él. Estaba fumando y usaba unos gruesos lentes negros. Amalia me lo señaló y me dijo que se parecía a James Dean, que le faltaba la pura moto y la chaqueta. Estaba mirando a cada chica caminar y entrando al colegio como si esperara a alguna. Pero apenas me vio, no me quitó los ojos de encima. O eso creía, porque con sus lentes puestos no tenía idea de lo que estaba mirando. De la radio de su vehículo se escuchaba una canción de Queen, pero no me acordaba de su nombre.
- ¡Tania, muévete!, ¡Estamos ligeramente atrasadas! – me dijo Amalia enterrándome su dedo en mi mejilla.
Me quité de la cabeza a ese hombre tan extraño apenas la profesora terminó de pasa r la lista. Abrió su cuaderno de materias y comenzó a dictar. Nadia no tuvo la misma atención de ayer, hoy fue más discreta y es que así son mis compañeras con las nuevas, les sacan el jugo de información el primer día, luego deducen cómo es y que hacer con ella, si considerarla amigable o despreciable. De lo último son casos contados de dedos de una mano y no quiero salirme de la historia contando sobre esos casos.
Apenas terminó la primera clase, Amalia me arrastró al puesto de Nadia.
- ¿En qué parte vas del libro, Tania? – me preguntó luego de los saludos.
- Llevo como unas sesenta hojas, más o menos – respondí. Ustedes leyeron mucho menos que eso, pero yo les había dicho que lo resumí.
- ¡Vaya, y en tan solo una noche! Bueno aún te faltan trescientas hojas.
- Si. Me queda bastante por leer.
Amalia mientras tocaba su famosa guitarra de aire tarareando Another brick in the wall de Pink Floyd. Parecía que el efecto de las pastillas se estaba acabando.
- ¿Pretendes leer al llegar a tu casa, Tania?
- Más bien, pretendo terminarlo.
Los ánimos estuvieron buenos ese día. Yo estuve en plena forma en la clase de deportes a pesar de haber madrugado. Nadia mostraba la misma sonrisa y candidez de ayer y Amalia seguí siendo Amalia.
“La felicidad fue algo que se hizo más poderosa en mi vida al recibir a nuestro primer hijo. Lucia propuso llamarlo Matías a lo que yo acepté. Lo bautizamos acompañados de toda la familia a los cinco días después. Aquel producto mío y de mi esposa era más travieso de lo que me imaginé. Un buen amigo una vez me dijo: Un hijo lo cambia todo. Era verdad. Los dos soportábamos levantarlos en la madrugada cuando estaba llorando. Yo accedía a cambiarle los pañales después de regresar del trabajo y ella lo hacía en la mañana. Como los dos teníamos un empleo, tuve que contratar a mi suegra para que lo cuidara. Ella aceptó cuidarlo sin costo, pero yo insistí a entregarle unos ochenta mil pesos al mes por las molestias.
Mi casa estaba como morgue de hospital cuando llegué. Normalmente mi madre pone música para decir a todos los que pasaban que había alguien en casa, pero esta vez ni siquiera se escuchaba el cantar de las aves. Mi hermano debería estar jugando con Poncho en el antejardín, pero ni el perro se veía. La reja y la puerta estaban abiertas y la casa estaba tal cual como la dejé en la mañana. Creerán que yo pensé que algún ladrón había entrado a la casa, pero estaba muy ordenada. O tal vez que los habrán secuestrado y dejado una nota de rescate, o posiblemente asesinado y dejado sus cuerpos en el jardín. Pero yo dejé de preocuparme por cosas como esa desde hace mucho tiempo. En realidad la casa estaba tal cual como en la mañana, salvo por una nota que encontré sobre la mesa de la cocina. La visión de secuestro me vino a la mente. Pero, ¿Qué idiota tendría las agallas de secuestrar a un miembro de esta familia? No me lo imaginaba y tomé la nota. Estaba escrita por mi madre, reconocería esa letra en donde fuera. La bonita caligrafía no se ve muy a menudo.
Tania.
Yo y tu hermano fuimos a comprar al supermercado. Tardaremos un buen rato en llegar. No te preocupes por la comida, te dejé arroz con alcachofas en la olla. Caliéntalo exactamente unos diez minutos o se quemará. Pone música para que sepan que hay alguien en casa. Dale de comer a Poncho y limpia las mesas.
¡Nos vemos!
Así era mi madre, breve y directa al grano. Por si acaso, el arroz con alcachofas no es en porciones separadas, lo que hace mi madre es juntar ambas cosas en una olla con agua caliente y luego revolver. Al rato quita el agua y no sé que más hace. Podrá sonar asqueroso, pero a mí no me desagrada. Por lo menos ustedes no comen estas cosas tan extravagantes todos los días.
“Ese pequeño era todo mi ser. No permitiría jamás que algo malo le pasase. Estaba dispuesto a recibir cualquier puñalada en su lugar. Creció muy sanamente y nos hacía muy feliz a ambos. Yo le consentía en todo y lo llevaba a donde quisiera. Lucia me advertía de no mimarlo mucho, pero que hacer si eres tan feliz con ver su sonrisa.
Llegaron dos horas después cargados en un taxi.
- ¡Tania, ven a ayudarme! – me ordenó mi madre por lo que tuve que dejar mis tareas para después y ayudarla a cargar las bolsas para dentro. Eran como veinte y todas estaban pesadas. Hasta el chofer del taxi nos ayudó y quedó tan cansado como nosotras.
- ¿Qué compraste? – le pregunté al componer el aliento.
- Cosas para el mes – contestó como si no fuera gran cosa.
Mi hermano mientras registraba cada bolsa a fondo buscando algo.
- ¡Ten, Tania! – me dijo arrojándome algo - ¡Te compramos tu chocolates favoritos!
Chocolates rellenos de manjar. Los guardé en mi bolsillo y me los comí a escondidas en mi habitación. Yo era la única en la casa a la que le gustaban tales chocolates. Mi padre me pedía cada vez que veía una oportunidad. Cada vez que me compraban, los escondía en lugares que ni se imagina y él igual los descubre y se los come echándole la culpa al perro el muy cínico. Por esos percances, me los devoro apenas están en mis manos.
Mis deberes escolares eran más cada día y sobre todo ese día. Lamenté no haber podido leer ni siquiera en la noche al acostarme. Estaba tan exhausta que mis ojos se cerraban solos. Apenas vi mi cama, me desplomé sobre ella, durmiéndome antes de caer.
Al otro día, mi hermano nuevamente me despertó.
- ¡Tania, despierta! Te quedaste dormida con la ropa puesta, ridícula.
- ¡Ah, qué! ¿Qué hora es? – pregunté bostezando.
- Las siete y media, estás ligeramente atrasada.
Le quedé mirando de reojo.
- No caeré en tu broma nuevamente, así que adió. – y hundí mi cabeza en la almohada.
- No sé si te habrás dado cuenta, Tania, pero papá compuso tu reloj. – me dijo mientras salía de mi habitación.
Como chispazo reaccioné y miré mi reloj. Decía las siete y treinta y cinco minutos.
- ¡Tania, maldición, levántate que llegarás tarde al colegio! – me ordenó mi madre a gritos.
- Mierda, tenía razón. – murmuré levantándome de un salto y al igual que ayer, hice todo lo que tenía que hacer en tiempo record.
Salí corriendo de la casa con tanta rapidez que nadie me podía ver y con la cual hacía volar las cosas. Por suerte, llegué al colegio exactamente a las ocho de la mañana. Estaba con cansancio acumulado, la tarea y aquella carrerita me dejaron como sonámbula en la primera clase. No tenía noción de lo que sucedía alrededor mío, pero de algo pude percatarme. La profesora anunció la fecha de la primera prueba, dentro de dos semanas a contar de hoy. Me hubiera gustado unirme a las quejas, pero estaba tendida oreja abajo en mi pupitre. Pero esa misma noche, cansada o no, tomé el libro y recomencé a leer sin importarme si mis padres o mi hermano me molestaran.
“Busqué por todos lados. Estaba tan desesperado que podría haber matado a cualquier persona que estuviera en frente de mí, incluso hasta a mi esposa. Ella llamaba sin parar a la policía, a investigaciones, a parientes y amigos y lo único que obtenía era nada. Yo montaba mi automóvil esa noche de invierno. Llovía a cantaros y apenas se podía ver la carretera. Pese a que las luces de los faroles eran muy potentes y la iluminación de las tiendas, restaurantes y casas ayudaba también, era inútil, la lluvia era como un grueso manto. Estaba comenzando a inquietarme demasiado. Desde la tarde buscando sin obtener pista alguna. Quería encontrar a ese desgraciado y hacerlo pedazos con mis manos.
“Mi hijo, mi primogénito, mi semilla, había sido raptada esa tarde en el colegio por alguien que fue descrito como un hombre bien parecido, con barba y pelo rubio. Según las profesoras, se llevó al niño apenas salió del colegio y este se veía muy feliz. Eso me pareció extraño cuando me lo dijeron ya que él nunca es amistoso con gente que no conoce, pero mi preocupación en ese momento opacaba mi raciocinio. Estaba cegado por la ira y la desesperación.
“Una señora que iba a dejar a sus hijos sacó, por casualidad, una foto del desgraciado con mi hijo a su lado. Era alto, rubio, con barba negra y vestía casualmente. Memoricé su rostro y lo buscaba en cada rincón de la cuidad. A menudo me detenía e iba detrás de algún tipo. Lo sujetaba con furia y luego me daba cuenta de que él no era el desgraciado.
“Creía que ya todo estaba perdido cuando lo encontré caminando por un puente. Me bajé del auto rápidamente y le golpee la cara antes de que se diera cuenta.
- ¿Dónde está mi hijo, bastardo? – le pregunté amenazante.
- ¡Era tu hijo! ¡Ja! Se nota de lo debes querer. – me dijo sin tomar en serio la situación.
- ¿Dónde está? – insistí casi perdiendo la paciencia.
- Esta donde tú debes buscar, estúpido. – me respondió soltando una carcajada.
“Esa estruendosa risa me volvió loco. Lo tomé del cuello y lo arrojé al río. Se perdió de vista en al oscuridad de las aguas. En ese momento mi control estaba hecho pedazos. Era un animal salvaje. No pude componerme y asesiné al maldito. Cuando mi razón escasamente volvía a mí ser me di cuenta de la situación. Mi hijo ya estaba totalmente alejado de mí y sentía que nunca más lo volvería a ver. Arrodillado, comencé a llorar.
El viernes al llegar a casa, mi padre tenía de visita a sus amigos. Yo saludé a cada uno como mi madre me dijo. La música en esa noche era Satisfaction y otros temas de The Rolling Stone. Como era costumbre, en la mesa había tres botellas de cerveza. Dos vacías y la otra por la mitad.
Me dirigía mi habitación y puse en mi radio personal un disco de Ray Charles y comencé a hacer la tarea para el lunes, pero esta vez con más calma que nunca.
“El tiempo igual pasa aunque el mundo se haya acabado. El mío se consumió cuando perdimos a Matías. La policía e investigaciones buscaron durante tres años sin encontrar ni siquiera una pista. Entonces me llamaron un día por teléfono y me dijeron que lo sentían, pero el caso no avanzó desde que comenzó por lo que lo cerrarían mañana. Yo insistí para que siguiera abierto, pero fue inútil. ¿Conocen esta emoción? La conocerían si estuvieran en mi misma situación. Perder a un hijo es como perder la mitad de tu cuerpo o todo tu cuerpo. Es irremplazable y es como si hicieran un agujero en tu alma.
“Este año Matías cumplirá diez años y nosotros nos preparábamos para recibir otro hijo. En este caso una niña. Aún no superábamos el dolor de la perdida de Matías, pero seguí los consejos de curas y psiquiatras: la vida sigue y hay que vivirla lo más feliz posible. Deja el pasado atrás y concéntrate en el futuro. Aún tiene una esposa que te quiere y la debes cuidar lo mejor posible.
“Recibimos a Alicia con los brazos abiertos. Tenía el mismo color de ojos que su madre y comencé a saborear la felicidad otra vez.
Parece un deja-vu, pero el mismo tipo que vi el jueves pasado, estaba en el mismo lugar, con la misma pose y otra vez pensé que no me quitaba la mirada de encima. Amalia me lo indicó diciéndome que James Dean siempre regresaba.
En el recreo, fuimos las tres a ver si aquel tipo seguía allí. Cuando lo comenté en clases a Nadia, sintió tanta curiosidad por ese sujeto que me pidió que se lo mostrara. Su mirada se alteró cuando se lo describí, como si fuera alguien que conociera. Estábamos mirándolo disimuladamente sentadas bajo un árbol y que casualmente estaba a un costado de él. Era el lugar perfecto porque no nos podía ver. Estaba todavía con la misma postura de la mañana. Nadia estaba mirándolo fijamente. De pronto, la puerta del furgón blanco se abrió y salió una mujer. Parecía tener el cuerpo calcado de las páginas de Condorito porque su anatomía era tal cual como están dibujadas las mujeres en la revista. Le dijo algo al tipo que no pudimos escuchar por la lejanía y ambos subieron al furgón. Luego encendieron el vehículo y se largaron por un camino opuesto. Nadia tenía una expresión se sorpresa y angustia que daba miedo. Pensé que algo tenía que ver aquel sujeto con ella.
- Volvamos a la sala – nos dijo con una sonrisa -. Están por tocar el timbre y ya saben como se comporta la profesora cuando alguien llega tarde a la sala.
Mientras caminábamos no dejaba de pensar en sus reacciones al ver al tipo del furgón blanco. En ese instante de la historia pude haber tomado otro camino y no haberme metido en la vida de otras personas, pero yo no soy esa clase de personas. Soy una maldita curiosa y ese año me lo cobró caro esa cualidad mía.
“¿Recuerdan lo que les dije sobre los relámpagos? Bueno, nunca creí haber tenido uno tan cerca. Un día cualquiera, después del octavo cumpleaños de Alicia, unos detectives golpearon a mi puerta. Yo estaba solo puesto que mi esposa e hija salieron donde mi suegra. Dejé entrar a los detectives que estaban con una seria expresión en sus ojos. Creí que con su trabajo eso era algo natural, pero me equivoqué, como suelen hacerlo las personas.
- Señor – comenzó a decir el de mayor rango –, primero debo decirle que no es nuestro trabajo molestarlo así y quiero explicarle algo antes de entregarle estos papeles. Me dijo mostrándome una capeta gris llena de archivos – Unos meses después de concluir la investigación de la desaparición de su hijo, encontramos en un río, cerca de las costas, el cadáver del secuestrador. Estaba irreconocible pero un examen de ADN probó que se trataba de él. – vino a mi de pronto la escena en que le di muerte. Esa sonrisa que me dio ese desgraciado provocó que mis recuerdos de dolor e ira volvieran. Matías. – En todo caso, abrimos de nuevo el caso, pero no pudimos comunicárselo por su cambio de domicilio. Encontramos hecho que, en realidad, pueden afectarlo mucho, señor.
- ¿Encontraron a mi hijo?
- Lo siento, señor. Pero no nos fue posible efectuar una búsqueda minuciosa por órdenes mayores. Lo que quiero decirle es que encontramos un patrón con el secuestrador y...- el detective meditó un momento. Tragó saliva y prosiguió – bueno, una conexión con su esposa, señor.
Me caí al sofá con la mente en blanco. No podía creer lo que me estaban diciendo.
- Le dejaremos el informé aquí, señor. – me indicó uno de ellos – No se moleste en despacharnos, entendemos como debe sentirse.
“Ellos no entendían como yo me sentía. Nadie lo sabía. Tomé la carpeta gris y la abrí cuando una lágrima caía de mí ser. En aquellos papeles se hacía evidente. Aquel desgraciado fue el amante de mi mujer. ¿Qué creen que sentí? Estaba destruido nuevamente por dentro. Las viejas cicatrices se abrieron dejando grietas más profundas.
Cuando mi esposa llegó disimulé una sonrisa, pero nada se podía ocultar ante ella. Ordenó a Alicia a que fuera a su cuarto y se quedó en la sala conmigo. Yo estaba tratando de contener la pena, la ira, las lágrimas. Ella me acarició mis mejillas con dulzura.
- ¿Qué te pasa?
- Vinieron unos hombres…unos detectives hace poco y me dejaron eso. – le señalé la carpeta gris – ¿Porqué no me lo dijiste antes?
- ¿Qué cosa? – preguntó preocupada - ¿De qué me estás hablando?
- De ese desgraciado. Tu amante.
Sentí su cambio de emoción. Se sintió un vacío en la sala. Yo no pude contener más las lágrimas y las dejaba fluir de mis ojos. Ella bajó la mirada y comenzó a suspira.
- Creo que es un alivio – decía – Por fin esa mancha se está limpiando.
- ¿Porqué no me lo dijiste antes?
- ¿Para qué? ¿Para destruir a esta familia? – me gritó – Yo no sabía lo que hacía en ese momento.
- Sabes lo que hizo tu maldito amante. – le dije sollozando – Raptó a nuestro hijo. Si, escuchaste bien, ese imbécil se llevó a nuestro Matías.
“Ella cayó en el desconcierto. Se comportó incrédula conmigo repitiéndome que eso no era posible. Yo insistí y traté de que me creyera. De hecho, le mostré los papeles que me dejaron los detectives y que hacían irrefragable el caso. Ella, desesperada, cayó en mis brazos gritando que eso era imposible. Lloraba cada vez más fuerte y lo único que yo pude hacer fue sobarle la cabeza.
“Estuvimos así hasta que ella me empujó tan fuerte que caí al sofá.
- ¡Esto no puede ser, no puede! – gritó corriendo fuera de la casa. Yo la seguí, pero fue inútil, ella subió al auto y se alejó a toda velocidad. La noche estaba igual que cuando raptaron a Matías: lloviendo a cantaros que apenas se podía ver el camino.
“Entré con paso lento a la casa. Mojado y melancólico. Mi hija estaba parada frente a la puerta cuando entre.
- Papá – me dijo con su dulce voz - ¿Porqué mamá estaba gritando y porqué se fue en auto?
“No tuve fuerzas para contestarle así que la abracé y lloré en su hombro.
......
Si te gustó, postea y exígeme subir el cuarto.
Les dejo aquí el capítulo tres. Es algo sombrío y dramático, comparado con los dos anteriores, pero da dirección a la historia. Es vital leerlo para poder seguir.
Disfruten
Relámpagos de noche oscura
Lo hice lo más rápido posible. Cené, me bañé, me lavé los dientes, me puse el pijama y me acosté. Todo para poder leer el libro que me prestó el padre de Nadia y porque no me podía quitar las palabras de la cabeza. Una vez tendida en la cama, esperé con el libro en mano que mi hermano estuviese profundamente dormido en su habitación, y que mis padres le igualaran. Quería deleitarme leyendo sin que nadie me molestara y por ello es que no podía dormir, ni siquiera tenía sueño. Abrí el libro y comencé a leer desde donde me había quedado. Las palabras nuevamente me llevaron y otra vez escuchaba ese susurro en mi oreja.
“Lo impredecible hace a la persona un total misterio. Lo curioso es que eso es lo que nos atrae de los demás, en especial del sexo opuesto. ¿Puede ser que por eso me enamoré de alguien que para mí era algo que no se puede ver ni saber qué es por la oscuridad? Aquella mujer llegó ante mis ojos como un relámpago. ¿Quién lo hubiera predicho? Me enamoré, en verdad estaba flotando sobre nubes.
“Mi corazón estaba subiendo por una escalera al cielo. Nunca en mis diecinueve años de edad había sentido eso. Si tú, lector, nunca has conocido a alguien así, es muy difícil que entiendas mis emociones tan complejas de escribir. Tan difíciles de explicar.
Eso fue algo del primer capítulo, más bien un resumen. Tienen que entender que leí ese libro hace cuatro años y actualmente no lo tengo en mi poder y no sé si todavía seguirá a la venta. ¿Lo has visto tú por allí?
“Estaba en primer año de universidad. Podía respirar el ambiente, la nueva atmósfera que acompañará mi vida en este trayecto. Era tradición y de buena fortuna, por lo que me habían contado algunos amigos de edad mayor, que el primer día en la universidad el mechoneo era necesario. Para los de segundo años, obligatorio. Ni hablar de cómo me dejaron. Me recortaron el pelo, destrozaron a jirones mi polera y me quitaron el resto de mi ropa. Me dejaron solamente con mis calzoncillos puestos. Eso sin contar los huevos y demás porquerías en las que te bañan de pies a cabeza. Así estaba yo, casi desnudo y cagado de frío.
“Pero resistí, y debía hacerlo, yendo a pedir dinero a la gente que pasaba frente a la universidad. Tenía que reunir cinco mil pesos, pero gracias a la generosidad de las personas, no me fue difícil juntarlos. Yo no estaba solo en esa situación. Alrededor mío estaban todos los de primer año y las mujeres, por lo que vi, también les fue horrible. De todas aquellas mujeres me llamó la atención una que estaba pidiendo dinero con un brazo cubriendo sus pechos desnudos. No tenía la menor idea de qué color tenía el pelo, la piel o los ojos ya que estaba totalmente cubierta de mierda.
“Llegué ante los abusivos que tenían mi ropa y mi mochila y, tal como me lo habían dicho, me lo devolvieron todo a cambio de los cinco mil pesos que les entregué. Cuando ya me había puesto mis pantalones, ellos me invitaron a tomar unas cervezas cerca de allí. Les dije que los alcanzaría en alrededor de una hora más ya que quería limpiarme porque en realidad apestaba como burro muerto. Ellos estuvieron de acuerdo y me dijeron que guardarían un poco de cerveza para mí. Apenas se fueron, abrí mi mochila y saqué una de las dos poleras extras que había empacado. Cuando salía del recinto, vi otra vez a aquella mujer, está vez hablando con sus abusivas correspondientes. Parecía que logró juntar el dinero justo y ellas le devolvieron sus cosas, por desgracia toda la ropa de su parte superior estaba hecha trizas. Tuve compasión por ella, así que le ofrecía mi polera sobrante y ella aceptó con gusto. Desde ese momento mi vida nunca más fue la misma.
Me levanté al llamado de la naturaleza y fui al baño. Una vez misión cumplida, corrí a la cama para volver a leer. Puede que ante mi desesperación haya provocado mucho ruido al pisar y por eso mis padres me hablaron desde la oscuridad de su habitación.
- ¿Tania, qué demonios pasa? – preguntó mi padre somnoliento.
- Nada, papá. Es solo que necesitaba ir al baño.
- ¡Ah! Bien, recuerda de tirar la cadena y…- quedó dormido profundamente otra vez. Caminé ahora en puntillas a mi cama tratando de no hacer ruido.
“Al final de nuestras carreras, los dos consumimos este romance con el matrimonio. Lucia estaba igual de hermosa que siempre. Su vestido blanco no distraía a mis ojos de su rostro y sus ojos púrpuras. Yo estaba, en verdad, asustado y emocionado a la vez. Si no fuera por mis amigos ya me hubiera desmayado en el acto. No te preocupes, me decían, todo saldrá bien, en especial cuando estén los dos solos esta noche.
“Esa noche, después que se fueron todos los invitados, nos fuimos a un hotel en donde mi padre nos reservó una habitación. En esa gran cama redonda fue donde…
Mi lectura fue bruscamente interrumpida por los gritos de mi madre.
- ¡Tania, por Dios, apaga esa luz!, ¡Son las dos de la madrugada y mañana tienes que ir al colegio!
No quise discutir y apagué inmediatamente la luz. Dejé el libro en mi escritorio para luego dormir tratando de aguantar las ganas de seguir leyendo.
Sentía apenas que pasaron cinco minutos desde que cerré mis ojos a cuando me despertaron.
- ¡Tania, despierta! – me decía mi hermano – Son las siete y media de la mañana y si no te apuras, vas a llegar atrasada al colegio.
Mis ojos se abrieron como si les hubiera caído agua helada. Salté de la cama y fui corriendo al baño. Me duché, sequé mi cabello y me lavé los dientes casi al mismo tiempo. Salí del baño tan rápida como nunca y me vestí y desayuné también al mismo tiempo. Me despedí de cada uno y corrí a la puerta.
- ¿Tienes algo que hacer hoy en el colegio, Tania? – me detuvo mi mamá.
- ¡No, mamá, es que voy atrasada! – le respondí alterada - ¿No sabes que hora es? Deben ser casi las ocho.
- ¿Las ocho? Pero si falta más de tres cuartos de hora.
- ¿Cómo? – exclamé sorprendida – Si mi reloj dice que van a ser las ocho.
- ¡Ah! De verás que no te conté. Ayer el Poncho entró sin querer a tu pieza y botó tu reloj al piso con su cola. Tu padre dijo que hoy lo iba a componer – se escuchó un pito que provenía de la cocina - ¡Cresta, se me olvidaba la comida para hoy!, ¡Se me va a quemar, maldición!
Me quedé allí parada y miré el reloj cucú que estaba colgado en la sala. Decía claramente las siete y quince minutos. Caí sentada apoyada en la puerta. Suspiré y me relajé. Mi hermano me la jugó de nuevo, pero ya verá.
- ¡Mamá! – le grité - ¿Puedes servirme un vaso de leche?
- ¡Claro, niña! – me respondió acompañada del ruido del aceite friéndose - ¿De qué sabor la quieres?
- ¡Sorpréndeme!
Y en verdad lo hizo. Nunca antes había probado leche de chocolate con duraznos y ni sabía que existía. Creo que esas creaciones culinarias tan raras se deben a que mi madre estudió gastronomía antes de casarse. Pero no pudo terminar la carrera ya que en la última prueba, reprobó por estar fumando y cocinando a la vez. Tanto dañó eso el orgullo de mi madre que se retiró del instituto y no quiso volver nunca más a rendir aquella prueba. Es gastrónoma sin cartón, como dice mi padre.
Salí de casa a los pocos minutos y caminaba tranquilamente al colegio llevando en mi mano el libro del padre de Nadia. Como me era costumbre, en el camino me topé con Amalia. Estaba rara ese día, se veía tranquila y con una venda en la cabeza.
- ¿Qué fue lo que te pasó allí? – le pregunté mientras caminábamos.
- ¡Ah, esto! No es nada. Me lo hice ayer al volver a casa – me decía con una calmada voz – Corrí tan rápido que no me di cuenta del poste que estaba al frente y choque. Casi me rompí la cabeza, pero el poste fue el que se llevó la pero parte. ¿Ves por allá esos cables que se desvían al suelo? Allí está el poste.
No pude ver muy bien a donde me indicaba Amalia porque unos árboles obstaculizaban la visión, pero en realidad parecía que aquel poste estaba tirado en el suelo. Por unas calles cercanas, vi como dos camionetas municipales iban justo donde Amalia chocó. Se notaba que había dejado una gran cagada en la calle.
- Sabes, Amalia, te noto diferente. ¿Es a causa del choque?
- Más bien, todo es culpa de estás pastillas – me respondió mostrándome unas pastillas blancas y del tamaño de una moneda de diez pesos – Me las recetó el doctor para los dolores de cabeza y para que me mejorara del chichón que me dejó el choque. Estas porquerías no solo me sanan, sino que también me relajan. Los únicos contentos por ese accidente son mis padres.
Y ya lo creo con solo ver como te comportas en casa. Sus padres deben de sentirse más tranquilos que nunca.
En una calle del colegio Ezperanza estaba estacionado un furgón blanco con un hombre apoyado en él. Estaba fumando y usaba unos gruesos lentes negros. Amalia me lo señaló y me dijo que se parecía a James Dean, que le faltaba la pura moto y la chaqueta. Estaba mirando a cada chica caminar y entrando al colegio como si esperara a alguna. Pero apenas me vio, no me quitó los ojos de encima. O eso creía, porque con sus lentes puestos no tenía idea de lo que estaba mirando. De la radio de su vehículo se escuchaba una canción de Queen, pero no me acordaba de su nombre.
- ¡Tania, muévete!, ¡Estamos ligeramente atrasadas! – me dijo Amalia enterrándome su dedo en mi mejilla.
Me quité de la cabeza a ese hombre tan extraño apenas la profesora terminó de pasa r la lista. Abrió su cuaderno de materias y comenzó a dictar. Nadia no tuvo la misma atención de ayer, hoy fue más discreta y es que así son mis compañeras con las nuevas, les sacan el jugo de información el primer día, luego deducen cómo es y que hacer con ella, si considerarla amigable o despreciable. De lo último son casos contados de dedos de una mano y no quiero salirme de la historia contando sobre esos casos.
Apenas terminó la primera clase, Amalia me arrastró al puesto de Nadia.
- ¿En qué parte vas del libro, Tania? – me preguntó luego de los saludos.
- Llevo como unas sesenta hojas, más o menos – respondí. Ustedes leyeron mucho menos que eso, pero yo les había dicho que lo resumí.
- ¡Vaya, y en tan solo una noche! Bueno aún te faltan trescientas hojas.
- Si. Me queda bastante por leer.
Amalia mientras tocaba su famosa guitarra de aire tarareando Another brick in the wall de Pink Floyd. Parecía que el efecto de las pastillas se estaba acabando.
- ¿Pretendes leer al llegar a tu casa, Tania?
- Más bien, pretendo terminarlo.
Los ánimos estuvieron buenos ese día. Yo estuve en plena forma en la clase de deportes a pesar de haber madrugado. Nadia mostraba la misma sonrisa y candidez de ayer y Amalia seguí siendo Amalia.
“La felicidad fue algo que se hizo más poderosa en mi vida al recibir a nuestro primer hijo. Lucia propuso llamarlo Matías a lo que yo acepté. Lo bautizamos acompañados de toda la familia a los cinco días después. Aquel producto mío y de mi esposa era más travieso de lo que me imaginé. Un buen amigo una vez me dijo: Un hijo lo cambia todo. Era verdad. Los dos soportábamos levantarlos en la madrugada cuando estaba llorando. Yo accedía a cambiarle los pañales después de regresar del trabajo y ella lo hacía en la mañana. Como los dos teníamos un empleo, tuve que contratar a mi suegra para que lo cuidara. Ella aceptó cuidarlo sin costo, pero yo insistí a entregarle unos ochenta mil pesos al mes por las molestias.
Mi casa estaba como morgue de hospital cuando llegué. Normalmente mi madre pone música para decir a todos los que pasaban que había alguien en casa, pero esta vez ni siquiera se escuchaba el cantar de las aves. Mi hermano debería estar jugando con Poncho en el antejardín, pero ni el perro se veía. La reja y la puerta estaban abiertas y la casa estaba tal cual como la dejé en la mañana. Creerán que yo pensé que algún ladrón había entrado a la casa, pero estaba muy ordenada. O tal vez que los habrán secuestrado y dejado una nota de rescate, o posiblemente asesinado y dejado sus cuerpos en el jardín. Pero yo dejé de preocuparme por cosas como esa desde hace mucho tiempo. En realidad la casa estaba tal cual como en la mañana, salvo por una nota que encontré sobre la mesa de la cocina. La visión de secuestro me vino a la mente. Pero, ¿Qué idiota tendría las agallas de secuestrar a un miembro de esta familia? No me lo imaginaba y tomé la nota. Estaba escrita por mi madre, reconocería esa letra en donde fuera. La bonita caligrafía no se ve muy a menudo.
Tania.
Yo y tu hermano fuimos a comprar al supermercado. Tardaremos un buen rato en llegar. No te preocupes por la comida, te dejé arroz con alcachofas en la olla. Caliéntalo exactamente unos diez minutos o se quemará. Pone música para que sepan que hay alguien en casa. Dale de comer a Poncho y limpia las mesas.
¡Nos vemos!
Así era mi madre, breve y directa al grano. Por si acaso, el arroz con alcachofas no es en porciones separadas, lo que hace mi madre es juntar ambas cosas en una olla con agua caliente y luego revolver. Al rato quita el agua y no sé que más hace. Podrá sonar asqueroso, pero a mí no me desagrada. Por lo menos ustedes no comen estas cosas tan extravagantes todos los días.
“Ese pequeño era todo mi ser. No permitiría jamás que algo malo le pasase. Estaba dispuesto a recibir cualquier puñalada en su lugar. Creció muy sanamente y nos hacía muy feliz a ambos. Yo le consentía en todo y lo llevaba a donde quisiera. Lucia me advertía de no mimarlo mucho, pero que hacer si eres tan feliz con ver su sonrisa.
Llegaron dos horas después cargados en un taxi.
- ¡Tania, ven a ayudarme! – me ordenó mi madre por lo que tuve que dejar mis tareas para después y ayudarla a cargar las bolsas para dentro. Eran como veinte y todas estaban pesadas. Hasta el chofer del taxi nos ayudó y quedó tan cansado como nosotras.
- ¿Qué compraste? – le pregunté al componer el aliento.
- Cosas para el mes – contestó como si no fuera gran cosa.
Mi hermano mientras registraba cada bolsa a fondo buscando algo.
- ¡Ten, Tania! – me dijo arrojándome algo - ¡Te compramos tu chocolates favoritos!
Chocolates rellenos de manjar. Los guardé en mi bolsillo y me los comí a escondidas en mi habitación. Yo era la única en la casa a la que le gustaban tales chocolates. Mi padre me pedía cada vez que veía una oportunidad. Cada vez que me compraban, los escondía en lugares que ni se imagina y él igual los descubre y se los come echándole la culpa al perro el muy cínico. Por esos percances, me los devoro apenas están en mis manos.
Mis deberes escolares eran más cada día y sobre todo ese día. Lamenté no haber podido leer ni siquiera en la noche al acostarme. Estaba tan exhausta que mis ojos se cerraban solos. Apenas vi mi cama, me desplomé sobre ella, durmiéndome antes de caer.
Al otro día, mi hermano nuevamente me despertó.
- ¡Tania, despierta! Te quedaste dormida con la ropa puesta, ridícula.
- ¡Ah, qué! ¿Qué hora es? – pregunté bostezando.
- Las siete y media, estás ligeramente atrasada.
Le quedé mirando de reojo.
- No caeré en tu broma nuevamente, así que adió. – y hundí mi cabeza en la almohada.
- No sé si te habrás dado cuenta, Tania, pero papá compuso tu reloj. – me dijo mientras salía de mi habitación.
Como chispazo reaccioné y miré mi reloj. Decía las siete y treinta y cinco minutos.
- ¡Tania, maldición, levántate que llegarás tarde al colegio! – me ordenó mi madre a gritos.
- Mierda, tenía razón. – murmuré levantándome de un salto y al igual que ayer, hice todo lo que tenía que hacer en tiempo record.
Salí corriendo de la casa con tanta rapidez que nadie me podía ver y con la cual hacía volar las cosas. Por suerte, llegué al colegio exactamente a las ocho de la mañana. Estaba con cansancio acumulado, la tarea y aquella carrerita me dejaron como sonámbula en la primera clase. No tenía noción de lo que sucedía alrededor mío, pero de algo pude percatarme. La profesora anunció la fecha de la primera prueba, dentro de dos semanas a contar de hoy. Me hubiera gustado unirme a las quejas, pero estaba tendida oreja abajo en mi pupitre. Pero esa misma noche, cansada o no, tomé el libro y recomencé a leer sin importarme si mis padres o mi hermano me molestaran.
“Busqué por todos lados. Estaba tan desesperado que podría haber matado a cualquier persona que estuviera en frente de mí, incluso hasta a mi esposa. Ella llamaba sin parar a la policía, a investigaciones, a parientes y amigos y lo único que obtenía era nada. Yo montaba mi automóvil esa noche de invierno. Llovía a cantaros y apenas se podía ver la carretera. Pese a que las luces de los faroles eran muy potentes y la iluminación de las tiendas, restaurantes y casas ayudaba también, era inútil, la lluvia era como un grueso manto. Estaba comenzando a inquietarme demasiado. Desde la tarde buscando sin obtener pista alguna. Quería encontrar a ese desgraciado y hacerlo pedazos con mis manos.
“Mi hijo, mi primogénito, mi semilla, había sido raptada esa tarde en el colegio por alguien que fue descrito como un hombre bien parecido, con barba y pelo rubio. Según las profesoras, se llevó al niño apenas salió del colegio y este se veía muy feliz. Eso me pareció extraño cuando me lo dijeron ya que él nunca es amistoso con gente que no conoce, pero mi preocupación en ese momento opacaba mi raciocinio. Estaba cegado por la ira y la desesperación.
“Una señora que iba a dejar a sus hijos sacó, por casualidad, una foto del desgraciado con mi hijo a su lado. Era alto, rubio, con barba negra y vestía casualmente. Memoricé su rostro y lo buscaba en cada rincón de la cuidad. A menudo me detenía e iba detrás de algún tipo. Lo sujetaba con furia y luego me daba cuenta de que él no era el desgraciado.
“Creía que ya todo estaba perdido cuando lo encontré caminando por un puente. Me bajé del auto rápidamente y le golpee la cara antes de que se diera cuenta.
- ¿Dónde está mi hijo, bastardo? – le pregunté amenazante.
- ¡Era tu hijo! ¡Ja! Se nota de lo debes querer. – me dijo sin tomar en serio la situación.
- ¿Dónde está? – insistí casi perdiendo la paciencia.
- Esta donde tú debes buscar, estúpido. – me respondió soltando una carcajada.
“Esa estruendosa risa me volvió loco. Lo tomé del cuello y lo arrojé al río. Se perdió de vista en al oscuridad de las aguas. En ese momento mi control estaba hecho pedazos. Era un animal salvaje. No pude componerme y asesiné al maldito. Cuando mi razón escasamente volvía a mí ser me di cuenta de la situación. Mi hijo ya estaba totalmente alejado de mí y sentía que nunca más lo volvería a ver. Arrodillado, comencé a llorar.
El viernes al llegar a casa, mi padre tenía de visita a sus amigos. Yo saludé a cada uno como mi madre me dijo. La música en esa noche era Satisfaction y otros temas de The Rolling Stone. Como era costumbre, en la mesa había tres botellas de cerveza. Dos vacías y la otra por la mitad.
Me dirigía mi habitación y puse en mi radio personal un disco de Ray Charles y comencé a hacer la tarea para el lunes, pero esta vez con más calma que nunca.
“El tiempo igual pasa aunque el mundo se haya acabado. El mío se consumió cuando perdimos a Matías. La policía e investigaciones buscaron durante tres años sin encontrar ni siquiera una pista. Entonces me llamaron un día por teléfono y me dijeron que lo sentían, pero el caso no avanzó desde que comenzó por lo que lo cerrarían mañana. Yo insistí para que siguiera abierto, pero fue inútil. ¿Conocen esta emoción? La conocerían si estuvieran en mi misma situación. Perder a un hijo es como perder la mitad de tu cuerpo o todo tu cuerpo. Es irremplazable y es como si hicieran un agujero en tu alma.
“Este año Matías cumplirá diez años y nosotros nos preparábamos para recibir otro hijo. En este caso una niña. Aún no superábamos el dolor de la perdida de Matías, pero seguí los consejos de curas y psiquiatras: la vida sigue y hay que vivirla lo más feliz posible. Deja el pasado atrás y concéntrate en el futuro. Aún tiene una esposa que te quiere y la debes cuidar lo mejor posible.
“Recibimos a Alicia con los brazos abiertos. Tenía el mismo color de ojos que su madre y comencé a saborear la felicidad otra vez.
Parece un deja-vu, pero el mismo tipo que vi el jueves pasado, estaba en el mismo lugar, con la misma pose y otra vez pensé que no me quitaba la mirada de encima. Amalia me lo indicó diciéndome que James Dean siempre regresaba.
En el recreo, fuimos las tres a ver si aquel tipo seguía allí. Cuando lo comenté en clases a Nadia, sintió tanta curiosidad por ese sujeto que me pidió que se lo mostrara. Su mirada se alteró cuando se lo describí, como si fuera alguien que conociera. Estábamos mirándolo disimuladamente sentadas bajo un árbol y que casualmente estaba a un costado de él. Era el lugar perfecto porque no nos podía ver. Estaba todavía con la misma postura de la mañana. Nadia estaba mirándolo fijamente. De pronto, la puerta del furgón blanco se abrió y salió una mujer. Parecía tener el cuerpo calcado de las páginas de Condorito porque su anatomía era tal cual como están dibujadas las mujeres en la revista. Le dijo algo al tipo que no pudimos escuchar por la lejanía y ambos subieron al furgón. Luego encendieron el vehículo y se largaron por un camino opuesto. Nadia tenía una expresión se sorpresa y angustia que daba miedo. Pensé que algo tenía que ver aquel sujeto con ella.
- Volvamos a la sala – nos dijo con una sonrisa -. Están por tocar el timbre y ya saben como se comporta la profesora cuando alguien llega tarde a la sala.
Mientras caminábamos no dejaba de pensar en sus reacciones al ver al tipo del furgón blanco. En ese instante de la historia pude haber tomado otro camino y no haberme metido en la vida de otras personas, pero yo no soy esa clase de personas. Soy una maldita curiosa y ese año me lo cobró caro esa cualidad mía.
“¿Recuerdan lo que les dije sobre los relámpagos? Bueno, nunca creí haber tenido uno tan cerca. Un día cualquiera, después del octavo cumpleaños de Alicia, unos detectives golpearon a mi puerta. Yo estaba solo puesto que mi esposa e hija salieron donde mi suegra. Dejé entrar a los detectives que estaban con una seria expresión en sus ojos. Creí que con su trabajo eso era algo natural, pero me equivoqué, como suelen hacerlo las personas.
- Señor – comenzó a decir el de mayor rango –, primero debo decirle que no es nuestro trabajo molestarlo así y quiero explicarle algo antes de entregarle estos papeles. Me dijo mostrándome una capeta gris llena de archivos – Unos meses después de concluir la investigación de la desaparición de su hijo, encontramos en un río, cerca de las costas, el cadáver del secuestrador. Estaba irreconocible pero un examen de ADN probó que se trataba de él. – vino a mi de pronto la escena en que le di muerte. Esa sonrisa que me dio ese desgraciado provocó que mis recuerdos de dolor e ira volvieran. Matías. – En todo caso, abrimos de nuevo el caso, pero no pudimos comunicárselo por su cambio de domicilio. Encontramos hecho que, en realidad, pueden afectarlo mucho, señor.
- ¿Encontraron a mi hijo?
- Lo siento, señor. Pero no nos fue posible efectuar una búsqueda minuciosa por órdenes mayores. Lo que quiero decirle es que encontramos un patrón con el secuestrador y...- el detective meditó un momento. Tragó saliva y prosiguió – bueno, una conexión con su esposa, señor.
Me caí al sofá con la mente en blanco. No podía creer lo que me estaban diciendo.
- Le dejaremos el informé aquí, señor. – me indicó uno de ellos – No se moleste en despacharnos, entendemos como debe sentirse.
“Ellos no entendían como yo me sentía. Nadie lo sabía. Tomé la carpeta gris y la abrí cuando una lágrima caía de mí ser. En aquellos papeles se hacía evidente. Aquel desgraciado fue el amante de mi mujer. ¿Qué creen que sentí? Estaba destruido nuevamente por dentro. Las viejas cicatrices se abrieron dejando grietas más profundas.
Cuando mi esposa llegó disimulé una sonrisa, pero nada se podía ocultar ante ella. Ordenó a Alicia a que fuera a su cuarto y se quedó en la sala conmigo. Yo estaba tratando de contener la pena, la ira, las lágrimas. Ella me acarició mis mejillas con dulzura.
- ¿Qué te pasa?
- Vinieron unos hombres…unos detectives hace poco y me dejaron eso. – le señalé la carpeta gris – ¿Porqué no me lo dijiste antes?
- ¿Qué cosa? – preguntó preocupada - ¿De qué me estás hablando?
- De ese desgraciado. Tu amante.
Sentí su cambio de emoción. Se sintió un vacío en la sala. Yo no pude contener más las lágrimas y las dejaba fluir de mis ojos. Ella bajó la mirada y comenzó a suspira.
- Creo que es un alivio – decía – Por fin esa mancha se está limpiando.
- ¿Porqué no me lo dijiste antes?
- ¿Para qué? ¿Para destruir a esta familia? – me gritó – Yo no sabía lo que hacía en ese momento.
- Sabes lo que hizo tu maldito amante. – le dije sollozando – Raptó a nuestro hijo. Si, escuchaste bien, ese imbécil se llevó a nuestro Matías.
“Ella cayó en el desconcierto. Se comportó incrédula conmigo repitiéndome que eso no era posible. Yo insistí y traté de que me creyera. De hecho, le mostré los papeles que me dejaron los detectives y que hacían irrefragable el caso. Ella, desesperada, cayó en mis brazos gritando que eso era imposible. Lloraba cada vez más fuerte y lo único que yo pude hacer fue sobarle la cabeza.
“Estuvimos así hasta que ella me empujó tan fuerte que caí al sofá.
- ¡Esto no puede ser, no puede! – gritó corriendo fuera de la casa. Yo la seguí, pero fue inútil, ella subió al auto y se alejó a toda velocidad. La noche estaba igual que cuando raptaron a Matías: lloviendo a cantaros que apenas se podía ver el camino.
“Entré con paso lento a la casa. Mojado y melancólico. Mi hija estaba parada frente a la puerta cuando entre.
- Papá – me dijo con su dulce voz - ¿Porqué mamá estaba gritando y porqué se fue en auto?
“No tuve fuerzas para contestarle así que la abracé y lloré en su hombro.
......
Si te gustó, postea y exígeme subir el cuarto.
2 comentarios:
CARANBAS... soy tu primer comentario y creo que fui la primera en leer el tercer capitulo jaja. porfavor sube el siguiente quiero saber que pasa despues vamos no me deges con el suspenso. ah yy quiciera pedirte algo podrias dibujar a Tania con Amalia y Nadia.porfa nos vemos
ME ENCANTO... EL RELATO DEL LIBRO ES IMPRESIONANTE... ADEMAS ME GUSTO CONFUNDIRME UN POCO CON LA HISTORIA DEL LIBRO Y LA DE TANIA....
SUBE EL SIGIENTE CAITILO...GRACIAS
XIMEOC
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