martes, 16 de enero de 2007

Agujero en el Cielo

La siguiente historia la escribí en noviembre del 2006 como un ejercicio para un guión. Claramente, después de leerlo, es algo difícil llevarlo a la pantalla con un presupuesto tan apretado como el de un universitario. Pero el cuento les encantó a mis amigos y a mi profesora de literatura y de cine.

Disfrútenlo.


"Cuando los monos saltan y el agua silba entrecortado bajo un manto gris-púrpura de niebla: significa que alguien ha subido en una sutil caída a ojos arriba en una nube.

Por mera curiosidad el hechicero del río claro meneó su mano para abrir un portal a un mundo donde aún él está en lista de espera. Una uña de niña, tres chasquidos y un denso escupitajo verdoso y la puerta se abre…y ya nunca se cierra. Tres siglos lleva el portal abierto (por suerte ajeno a la vista de todo humano) y ha succionado, como un hoyo negro, a toda criatura que por allí pase.

De manera cándida su abuela le contaba esta historia ante el chispeante calor del brasero. Nicole no podía cerrar su boca ni sus ojos. Estaba asombrada. Su abuela, de nariz ganchuda y con más arrugas en la cara que una cama desecha por la mañana, le sonreía mostrando su último diente (de madera) y le miraba a través de sus gruesos lentes poto de botella.
- Por eso – musitó con voz oxidada (su edad no le permitía hablar más fuerte que el sonido de un respiro) -, nunca debes de aventurarte sola a la ribera del río.
Nicole agitó su cabeza sin despegar los ojos de la anciana.
Ella le sonrió satisfecha y se durmió de golpe. La baba le colgaba de la boca como moco de pavo.
Nicole era la única despierta de las dos personas que vivían en esa casa. Los monos saltaban y corrían por el techo. Se levantó y salió de casa.
El viento entró cuando abrió la puerta y apagó el brasero. La oscuridad de la noche penetró en la casa de una habitación. Sus ojos verdosos resplandecían mientras caminaba bajo la luna siguiendo el ruido del río.

Cuando llegó a la ribera del río, el cielo se nubló. Los monos cesaron su griterío y el ruido se volvió ensordecedor. Parpadeó tres veces y esperó…
Para su suerte, no hacía frío. No corría viento y el agua del río estaba deliciosa; por lo que decidió tomarse un baño.
A medida que se adentraba en el río, notaba que el agua seguía llegándole hasta los talones. El agua retrocedía a cada paso suyo. Se erguía y se ondulaba. Formó así un anillo de agua.
- Una uña…de niña, tres…chasquidos…
Una rasposa voz le hizo voltear y un grotesco ser la hizo estremecer. No se lo imaginaba de tal forma: con dos grandes hendiduras como nariz, un mentón sobresaliente con tres dientes picados en horizontal, unos ojos pequeños que se movían individualmente y ramas de enredadera como cabellos. Su imagen de viejo místico y sabio sucumbió en el acto.
- ¿Eres el hechicero del río? – preguntó.
Él le miró moviendo su cabeza como un pollo y, luego, siguió en lo suyo.
- Tres…chasquidos...y un escupitajo….
Nicole volvió a concentrarse en el anillo de agua. Ahora un espejo de había formado. No veía su reflejo, pero sí el del hechicero. Este le clavó la mirada y se acercó a paso firme y pesado. El agua se alejaba de su camino como un cachorro asustado. Ella no podía voltear, verlo en el espejo le era suficiente. El hechicero alzó su mano y trató de coger su brazo. Ella dio un paso atrás, confundida, y ya no sintió agua ni tierra bajos sus pies. Caía o ascendía, no tenía idea: su pelo flotaba y sus ojos lagrimeaban. Tal vez ella levitaba y el mundo era el que se movía.

Alrededor se volvió opaco, ahora una niebla gris-púrpura lo cubría todo.

Su abuela supo dónde estaba cuando vio a los monos saltar, al oír el agua silbar entrecortado: todo bajo un manto gris-púrpura de niebla
- Significa que alguien ha subido en una sutil caída a ojos arriba en una nube – dijo y se cortó una uña.

Ante el fuego de la chimenea, la pequeña oía esa historia de su tía saturada en años. Sus ojos hace una hora que no se cerraban y su boca estaba muy seca.
- ¿Qué pasó con Nicole? – le preguntó.
Su tía le sonrió…y se cortó una uña.
- Tienes que entender, pequeña, que la curiosidad mató al gato…tal vez – rió y se durmió de golpe.
Al menos, eso aparentó.
Esperó a que la puerta se abriera y el viento apagara el fuego. Cuando ya pudo sentir el grito de los monos y ese olor dulce de la niebla gris-púrpura, abrió los ojos.
Ahora estaba sola.
Murmuró algo.
Y se cortó una uña".

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